lunes, 24 de julio de 2017

Las casas vacías nunca dejan de crecer


En apenas 128 páginas, Esther Garcia Llovet traza en Cómo dejar de escribir el verano madrileño de un chaval huérfano de una de las grandes figuras emergentes de la literatura en castellano, trasunto de Roberto Bolaño. Todo aparece apenas apuntado, aunque detrás de cada frase hay elevadas dosis de ingenio y algunos recursos estilísticos de gran altura. 



Hacer una reseña sobre Cómo dejar de escribir entraña un evidente peligro: que acabe siendo más larga que la propia Cómo dejar de escribir. Y es que esta novela de Esther García Llovet (Málaga, 1963) tiene apenas 128 páginas. Lo que alguno llamaría una "novelette". La autora llevaba publicadas un puñado de novelas en sellos menores. Presentó esta obra al Herralde, que no ganó. Pero el jurado recomendó su publicación. Teniendo que en cuenta que en él estaba el propio editor, dueño de Anagrama, no fue difícil que la novela acabara en las librerías. 

Porqué Cómo dejar de escribir se llama así es algo que, como en tantos otros relatos, sólo se descubre al final del (cortísimo) viaje. Lo que cuenta, con una estructura nada convencional, es un verano en la vida de Renfo, un chaval de 23 años que vive solo en el chalet propiedad de su padre, Ronaldo, gran figura de la literatura latinomericana fallecido prematuramente. (Se trata de un homenaje a Roberto Bolaño). Sus objetivos vitales son terminar (¿empezar?) la biografía de su progenitor, al tiempo que busca por aquí y por allá un supuesto manuscrito que dejó sin publicar. 

Surge una duda ante el estilo de Esther García Llovet. No se sabe si su aparante desmanejo tiene su origen en una naturalidad muy espontánea o, por el contrario, ésta está tremendamente estudiada. Es muy posible que sea lo segundo. Los personajes apenas están descritos. Las acciones se resuelven a gran velocidad. Algunos capítulos abarcan unas pocas líneas, adquiriendo casi la forma de un haiku. A veces, tiene uno la sensación de que está leyendo el esbozo de una novela; el esquema del que saldrá una obra de mayor calado. Es, claro, un espejismo. Seguro que la obra tiene esta forma porque la autora así lo quiere. 

La descripción de Madrid es uno de los grandes atractivos de la obra. Hay fiestas literarias en amplios pisos de la Gran Vía, pero también aparecen retratadas otras zonas mucho menos atendidas por la literatura. Arturo Soria, el VIPS de López de Hoyos -que incluso bautiza a uno de los personajes-, la M-30, el supermercado de Pío XII que García Llovet (residente en la ciudad desde 1970) se empeña en seguir llamando Jumbo, aunque Alcampo comprara esta firma en 1996. Por no hablar de los locales que cita. Google se convierte en una herramienta indispensable para terminar de situar aquellos que la memoria no tenga localizados. 

Todo es divertido en esta lectura forzosamente efímera. Aunque es difícil que deje poso, lo que resultaría verdaderamente lamentable es que García Llovet se aplicara el título. 

CÓMO DEJAR DE ESCRIBIR 
Esther García Llovet


viernes, 7 de julio de 2017

Reflexiones sobre el periodismo

megustaleer.com


En Un golpe de vida, Juan Cruz reflexiona sobre la profesión periodística mezclando el recuerdo de experiencias pasadas con otras muy recientes. Una visión un tanto pesimista del futuro de la prensa tradicional –tanto en el fondo como en la forma- respecto al auge de una forma de difundir noticias y opiniones en Internet que el autor considera, cuanto menos, frívola.


A simple vista, Un golpe de vida parecía ser un libro de memorias. Y no lo es. Lo que su autor, Juan Cruz, ha hecho aquí, es una especie de reflexión, de cierta hondura, sobre la profesión periodística, a la que él ha consagrado más de dos terceras partes de su vida. El punto de partida es su presente, que se va ubicando a lo largo del libro en diferentes puntos geográficos: una especie de residencia para artistas en la región italiana de Umbría, sus casas en Madrid y Canarias, o Jerusalén, dónde se desplaza para acompañar a Mario Vargas Llosa en la realización de la serie de reportajes que cristalizarían en Estragos de laocupación israelí[1]. Ciertos contratiempos personales marcan esa etapa de su vida, comprendida entre los veranos de 2015 y 2016. Y de ahí, Cruz se pierde a veces –él lo llama acertadamente “afluentes”- en otras vivencias, ocurridas varias décadas atrás.

Quizá esas memorias más “al uso” que uno esperaba, estaban diseminadas en algunos de los anteriores libros del autor, que el firmante de esta reseña no ha leído. Sea como fuere, la lectura de Un golpe de vida satisfará desde luego al periodista que le hinque el diente, e incluso al simple consumidor de medios con curiosidad sobre sus entresijos.

Están presentes muchos de los rasgos que mejor caracterizan al autor. Quién le siga ya sabe que siente absoluta veneración por los escritores. (Juan Cruz fue durante seis años máximo responsable de la editorial Alfaguara). El canario atesora anécdotas de muchos de ellos, y les usa como argumento de autoridad con bastante frecuencia. De ahí que Cruz sea quizá uno de los mejores redactores de obituarios con los que cuenta hoy por hoy la prensa española. Los firma sobre finados de todos los ámbitos –él está de acuerdo en que es un “todoterreno”, como explica muy bien en las páginas del libro- pero especialmente de aquellos relacionados con la literatura. Cada vez que muere un escritor, uno sabe que hallará un texto sobre él, generalmente de mucha calidad, en las páginas de El País al día siguiente con la firma de Juan Cruz.

Otro de esos rasgos es la absoluta entrega que el periodista demuestra a la cabecera que ayudó a fundar allá por 1976. Es un grado de vinculación del trabajador por su empresa bastante inusual en la vida laboral española. De ahí que un capítulo se llame Un vaticanista de El País, que es como le rebautizó en su día Fernando G. Delgado. Esta faceta presenta algunos aspectos interesantes que ayudan a comprender qué sucede en ese periódico. Cruz se moja, y defiende con vehemencia la discutida línea editorial del diario en los últimos años, que se ha caracterizado por una crítica nítida a Podemos y al PSOE en la medida en que éste se ha acercado a aquel. El periodista percibe un hostigamiento permanente a su cabecera, acrecentado en los últimos tiempos y amplificado ahora por las redes sociales, especialmente Twitter. Por lo anteriormente expuesto, esta crítica le duele –y se nota que es un dolor sincero- y el autor defiende a su periódico, literalmente, contra viento y marea.

Es un amor a El País, qué duda cabe. (No habría estado de más algo de autocrítica). Pero éste se hace extensible a toda la profesión periodística. No están demasiado bien vistas hoy día ni la nostalgia ni la melancolía. Da la impresión que es desde ahí desde dónde Juan Cruz observa el panorama periodístico. Horrorizado por lo que sale de las redes sociales, el canario añora el papel impreso que la fascinó en la infancia, y es sobre él sobre el que edifica su modelo de periodismo soñado. “Linotipia” es una palabra que sale a relucir en más de una ocasión. Los ruidos, los olores. Probablemente, al concepto de periódico que maneja Juan Cruz no le quede mucho tiempo de vida. Pero, soportes aparte, no puede ser sustituido por la pavorosa falta de rigor y el vocerío insoportable de Internet. En eso estamos de acuerdo. Que haya hueco para el periodismo de calidad en la era digital nos llevaría a un debate muy largo que no cabe en la reseña de un libro concreto. Pero no hay que perder la esperanza en seguir desayunando con la lectura de noticias de calidad cada mañana. Aunque ya no huelan a tinta. (Pero el desayuno sí a tostadas y a café).

En estos tiempos de trinchera y adhesiones inquebrantables, reconforta que siga habiendo en la escena personajes como Cruz. Se podrá estar de acuerdo con él o no en sus reflexiones, pero sólo por la elegancia expositiva ya son de agradecer. Aunque las siguientes generaciones nos equivoquemos –ya nos lo afea él desde Twitter-, no dejamos de ver, con el debido respeto, a nuestros mayores.

UN GOLPE DE VIDA
Juan Cruz Ruiz
Alfaguara, 2017. 303 PP.





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