megustaleer.com |
En Un golpe de vida, Juan Cruz reflexiona sobre la profesión periodística mezclando el recuerdo de experiencias pasadas con otras muy recientes. Una visión un tanto pesimista del futuro de la prensa tradicional –tanto en el fondo como en la forma- respecto al auge de una forma de difundir noticias y opiniones en Internet que el autor considera, cuanto menos, frívola.
A simple vista, Un golpe de vida parecía ser un libro de
memorias. Y no lo es. Lo que su autor, Juan Cruz, ha hecho aquí, es una especie
de reflexión, de cierta hondura, sobre la profesión periodística, a la que él
ha consagrado más de dos terceras partes de su vida. El punto de partida es su
presente, que se va ubicando a lo largo del libro en diferentes puntos geográficos:
una especie de residencia para artistas en la región italiana de Umbría, sus
casas en Madrid y Canarias, o Jerusalén, dónde se desplaza para acompañar a
Mario Vargas Llosa en la realización de la serie de reportajes que
cristalizarían en Estragos de laocupación israelí[1]. Ciertos
contratiempos personales marcan esa etapa de su vida, comprendida entre los
veranos de 2015 y 2016. Y de ahí, Cruz se pierde a veces –él lo llama
acertadamente “afluentes”- en otras vivencias, ocurridas varias décadas atrás.
Quizá esas memorias más “al
uso” que uno esperaba, estaban diseminadas en algunos de los anteriores libros del autor, que el firmante
de esta reseña no ha leído. Sea como fuere, la lectura de Un golpe de vida satisfará desde luego al periodista que le hinque
el diente, e incluso al simple consumidor de medios con curiosidad sobre sus
entresijos.
Están presentes muchos de los
rasgos que mejor caracterizan al autor. Quién le siga ya sabe que siente
absoluta veneración por los escritores. (Juan Cruz fue durante seis años máximo
responsable de la editorial Alfaguara). El canario atesora anécdotas de muchos
de ellos, y les usa como argumento de autoridad con bastante frecuencia. De ahí
que Cruz sea quizá uno de los mejores redactores de obituarios con los que
cuenta hoy por hoy la prensa española. Los firma sobre finados de todos los
ámbitos –él está de acuerdo en que es un “todoterreno”, como explica muy bien
en las páginas del libro- pero especialmente de aquellos relacionados con la
literatura. Cada vez que muere un escritor, uno sabe que hallará un texto sobre
él, generalmente de mucha calidad, en las páginas de El País al día siguiente con la firma de Juan Cruz.
Otro de esos rasgos es la
absoluta entrega que el periodista demuestra a la cabecera que ayudó a fundar
allá por 1976. Es un grado de vinculación del trabajador por su empresa
bastante inusual en la vida laboral española. De ahí que un capítulo se llame Un vaticanista de El País, que es como
le rebautizó en su día Fernando G. Delgado. Esta faceta presenta algunos
aspectos interesantes que ayudan a comprender qué sucede en ese periódico. Cruz
se moja, y defiende con vehemencia la discutida línea editorial del diario en
los últimos años, que se ha caracterizado por una crítica nítida a Podemos y al
PSOE en la medida en que éste se ha acercado a aquel. El periodista percibe un
hostigamiento permanente a su cabecera, acrecentado en los últimos tiempos y
amplificado ahora por las redes sociales, especialmente Twitter. Por lo
anteriormente expuesto, esta crítica le duele –y se nota que es un dolor
sincero- y el autor defiende a su periódico, literalmente, contra viento y
marea.
Es un amor a El País, qué duda cabe. (No habría
estado de más algo de autocrítica). Pero éste se hace extensible a toda la
profesión periodística. No están demasiado bien vistas hoy día ni la nostalgia
ni la melancolía. Da la impresión que es desde ahí desde dónde Juan Cruz
observa el panorama periodístico. Horrorizado por lo que sale de las redes
sociales, el canario añora el papel impreso que la fascinó en la infancia, y es
sobre él sobre el que edifica su modelo de periodismo soñado. “Linotipia” es
una palabra que sale a relucir en más de una ocasión. Los ruidos, los olores.
Probablemente, al concepto de periódico que maneja Juan Cruz no le quede mucho
tiempo de vida. Pero, soportes aparte, no puede ser sustituido por la pavorosa
falta de rigor y el vocerío insoportable de Internet. En eso estamos de
acuerdo. Que haya hueco para el periodismo de calidad en la era digital nos
llevaría a un debate muy largo que no cabe en la reseña de un libro concreto.
Pero no hay que perder la esperanza en seguir desayunando con la lectura de
noticias de calidad cada mañana. Aunque ya no huelan a tinta. (Pero el desayuno
sí a tostadas y a café).
En estos tiempos de trinchera y
adhesiones inquebrantables, reconforta que siga habiendo en la escena
personajes como Cruz. Se podrá estar de acuerdo con él o no en sus reflexiones,
pero sólo por la elegancia expositiva ya son de agradecer. Aunque las siguientes
generaciones nos equivoquemos –ya nos lo afea él desde Twitter-, no dejamos de
ver, con el debido respeto, a nuestros mayores.
UN
GOLPE DE VIDA
Juan
Cruz Ruiz
Alfaguara,
2017. 303 PP.
No hay comentarios:
Publicar un comentario