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La sátira es un género difícil. "Si se curva tiene gracia, pero si se rompe ya no", venía a decir el creador televisivo algo soplapollas que bordaba Alan Alda en Delitos y faltas (Crimes and misdemeanors, Woody Allen, 1989). Creo que Woody Allen manejaba la frase como ejemplo de chorrada solemne, pero lo cierto es que yo la recuerdo de vez en cuando como una realidad aplicable al humor. Es lo que me ha sucedido leyendo Garras de astracán. El juego de Terenci Moix tiene cierta gracia inicial. Sus cómicos apuntes sobre los personajes y situaciones mueven a la sonrisa. Por ahí flotan los espíritus de Mario Conde e Isabel Pantoja, algunos años antes de que fuera imaginable que ambos fueran carne de presidio. Pero, por desgracia, este retrato de la floreciente España de finales de los 80 está muy lejos de ser divertido. Moix apuesta por una indisimulada estridencia, que haría casi recomendable el despacho de aspirinas junto a los ejemplares de la novela. Las pinceladas surrealistas son tan extremas que acaban por resultar grotescas. La exaltación homosexual que todo lo preside también tiene un punto afectado que leído con ojos de hoy parece contraproducente. Garras de astracán es como una fiesta en la que la música estuviera mucho más alta de lo que el oído humano es capaz de soportar. Mejor salirse.
GARRAS DE ASTRACÁN
Terenci Moix.
Planeta. Barcelona, 1991. 643 páginas
PVP: 6 euros.
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